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sábado, 22 de junio de 2019

Estos son mis principios, si no les gustan tengo otros 19/6/19: El último rey de España

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Actualmente existen 29 naciones en el mundo cuyo sistema de gobierno es una monarquía de cualquier clase:

- Las hay hereditarias pero parlamentarias (con diferentes grados de poder del monarca en cada caso), como las de Bélgica, Dinamarca, España, Noruega, Holanda, Suecia, Reino Unido (y los países de la Commonwealth que reconocen a Isabell II como su reina), Liechtenstein, Mónaco, Bahrein, Bután, Camboya, Japón, Jordania, Kuwait, Tailandia, Lesotho, Marruecos y Tonga.

- Las hay hereditarias y absolutas, como las de Arabia Saudita, Brunéi, Qatar, Omán y Swazilandia.

- Las hay electivas, como las del Vaticano (entre los cardenales), Emiratos Árabes Unidos (entre los emires), Malasia (entre siete sultanes y dos reyes) y Samoa (entre los cuatro jefes tribales).

- No incluyo en la cuenta a Andorra, que es sobre el papel un coprincipado regido por el Presidente de Francia y por el Obispo de la Seu d'Urgell, pero que en realidad es gobernado por su parlamento, ni la Soberana Orden de Malta, que es una monarquía efectiva, pero sin territorio geográfico, que funciona como sujeto de Derecho Internacional (el único territorio que se le puede atribuir es el de su embajada en Roma).

En fin, al margen de las monarquías absolutas, las parlamentarias están basadas en teoría en un ejercicio más o menos simbólico o representativo del monarca; digo más o menos, porque hay mucha diferencia entre las atribuciones y el poder real del monarca entre países como Suecia (donde son las mínimas de todas las monarquías parlamentarias del mundo) o Marruecos o Tailandia (donde hablar mal del rey en público acarrea penas de cárcel). En cualquier caso, cualquier persona mínimamente reflexiva podrá llegar a la conclusión de que, cualquiera que sea la forma de acceso a la monarquía (herencia o elección cerrada entre un grupo reducido) es un concepto anacrónico y es, o debería ser, en sí misma, contraria a la misma idea de una democracia en la que el pueblo ejerce el poder soberano de forma completa a través de representantes elegidos por sufragio universal. Y digo esto porque, a pesar del papel simbólico o representativo de los monarcas en muchas monarquías parlamentarias, es obvio que el ejercicio de este papel conlleva, aún en el menor de los casos, una serie de privilegios y remuneraciones a las que, por tanto, se accede de una forma ilegítima o por lo menos inmoral, ya que en un contexto democrático de ese tipo no tiene sentido contemplarse la sucesión de ningún otro cargo público de forma hereditaria o electiva cerrada. 

Es así de simple. Las monarquías, para muchos ciudadanos europeos y de otros continentes, tienen un valor histórico-romántico que en muchas ideologías parece superponerse a la propia lógica política de la constitución de un estado democrático, pero ninguna podrá nunca escapar del hecho de que halamos de personas con altas remuneraciones, honores y privilegios que poseen por el único mérito de que estaban en posesión de sus padres (o de los anteriores electos). Sin embargo, como digo, el carácter romántico, casi de "cuento de hadas" que aún persiste en la mente de muchas personas impide a veces ver las monarquías como lo que son: sistemas esencialmente injustos y desiguales (en grande medida o en pequeña medida, pero injustos y desiguales por definición).

Hace ya un tiempo que voy rumiando la idea, a la luz del viraje ideológico general en España (a pesar de las últimas voces de ultraderecha que suenan) que Felipe VI será, probablemente, el último rey de la historia de España. A lo largo de los últimos dos siglos, las monarquías no han hecho otra cosa que desaparecer poco a poco y dejar paso a las repúblicas (salvo algunas excepciones, como en el caso de nuestro país). En cualquier, no quiero hablar de las razones o no para mantener la monarquía en España. Quiero hablar de las razones o no para mantener la idea de que la monarquía es un concepto lógico dentro de la democracia. Entiendo que no hay razones actuales, en cualquier país democrático, para mantener la monarquía, más allá del continuismo puramente basado en la tradición histórica. Y es ahí donde quiero llegar.

Todas las tradiciones vas desapareciendo o transformándose en otras. Todas. Algunas tardan más, otras tardan menos, pero conforme las sociedades van cambiando, las tradiciones que las conforman también van cambiando. Por eso, en muchos países las monarquías absolutas se fueron convirtiendo en parlamentarias, y del mismo modo las monarquías parlamentarias irán dejando su sitio a las repúblicas. No tiene lógica comprender, como comprende mucha gente en España, que acceder a un cargo público de forma hereditaria es esencialmente injusto e inmoral y no debe existir en un país democrático, y resistirse a la idea consecuente de que cualquier tipo de monarquía es también esencialmente inmoral e injusta. No existen razones lógicas, y las razones que se dan siempre son emocionales.

Del mismo modo, no tiene sentido condenar la tortura de un pobre perrito o un pobre gatito y disfrutar del espectáculo de la tauromaquia, sino a través de razones puramente emocionales y sin sustento lógico. Por eso, los que apoyan la continuidad de la monarquía en España saben perfectamente que tiene los años contados, igual que los que apoyan y disfrutan del toreo saben que es una tradición en vías de extinción, y que no sobrevivirá más de una o dos generaciones (al menos con la fuerza con la que sobrevive aún hoy en día). En el fondo, monárquicos y taurinos saben que es el orden natural de la evolución de las sociedades (sí, la mayoría lo saben, no me cabe la menor duda), pero se resisten de una forma ilógica, sin argumentos de peso, sin creerse mucho lo que dicen. En mi opinión, resistirse al cambio solo es lógico o lícito cuando se piensa que ese cambio es peor para la libertad o la felicidad. Si no, es una pura rabieta infantil.

Podría estar equivocado, pero estos son mis principios. Si no les gustan, tengo otros.

(Imagen: ABC.es)

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