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jueves, 4 de julio de 2019

Lord of the selfies 28/6/19: Aptenodytes forsteri

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Hoy (es decir, la semana pasada) os traigo otro de los relatos de mi libro. Esté surgió de un ejercicio en el que el texto tenía que terminar con una frase concreta, y desarrollar la trama desde ahí. Espero que os guste.

APTENODYTES FORSTERI

Una noche, cuando tenía doce años, mi madre me llevó a ver La urraca ladrona, de Rossini, y justo antes del intermezzo, en el punto más alto de un grandioso Do de pecho, mi madre señaló con gesto discreto al famoso tenor que gritaba en medio del escenario y me susurró al oído: “ése es tu padre”. A partir de aquel día empecé a odiar la ópera. 

No es que no quisiera reconocerme como hijo o que no quisiera verme; la realidad, como suele ocurrir, fue más bien mezquina, y ni siquiera me dejaron entrar en su camerino. Mi padre se fue de la ciudad sin saber siquiera que su hijo había intentado acercarse a él. En el avión que lo llevaba de vuelta, decidió tomar un whisky solo y echarse a dormir, y las azafatas ya no pudieron despertarlo. En las noticias de la noche tuvieron tiempo de incluirlo, y desde entonces odio la ópera. 

Aquella noche, tuve un sueño muy desagradable: me encontraba al pie de una colina, y en la cima había un edificio enorme, un teatro en el que se representaba La urraca ladrona. Yo quería llegar a la puerta del teatro antes de que se terminara la obra, pero ya se oían los últimos compases cuando empezaba a subir la cuesta. Como suele ocurrir en este tipo de sueños, la cuesta cada vez era más empinada y yo nunca llegaba a tiempo; cuando conseguía subir la mayor parte de la colina, miraba a mi alrededor y veía una inmensa bandada de urracas que me había acompañado todo el camino sin que yo lo notara. Las urracas me tomaban con sus garras y me llevaban por los aires hasta el principio del camino mientras se escuchaban ya los aplausos en el interior del teatro. A partir de aquella experiencia, todas las noches volví a soñar lo mismo, y me solía despertar siempre a la misma hora, a las doce y cuarto. A veces me despertaba y lloraba; otras, casi me reía, pero siempre volvía a dormirme repitiendo la misma frase en voz alta: odio la ópera. 

Hace ahora casi un año, mi esposa consiguió, después de insistir durante mucho tiempo, que yo visitara a un psicólogo. Supongo que él había escuchadomuchas veces esa clase de sueño, así que me dio algún tipo de solución común: concretamente, me dijo que las urracas representaban todos los miedos producidos el día en que vi a mi padre, y que debía realizar un gran esfuerzo mental para cambiarlos por animales que representaran sentimientos positivos y seguros acerca de mí mismo. Si lo conseguía, según él, no volvería a tener ese sueño nunca más. Elegí el animal que me parecía no sólo más inofensivo, sino más lejano (por si acaso), y desde ese día, por la noche, a las doce en punto, camino hacia la ópera rodeado de pingüinos.

(Foto: eldiario.net)

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