Aunque las rosas, cabizbajas,
tornen sus fríos pétalos
en otoños de abril,
yo estoy aquí,
al otro lado de la montaña.
Aunque el viento de la bahía
no pueda con el hálito húmedo
de la noche más triste,
yo estoy aquí,
al otro lado del mundo.
Aunque a veces mis ojos se sequen
y mis oídos no puedan escucharte,
aunque a veces mis pies duelan
y mi boca no entienda lo que ocurre,
yo estoy aquí, contemplando mis manos
al otro lado del puente.
Aunque a veces no sepa vivir,
aunque a veces no quiera morir,
y aunque el tímido crepitar de mi pecho
no alcance a veces a sujetar tus dedos,
debes saber que mi balsa sigue flotando,
y que estoy aquí,
bajo un sauce que no rompe a llorar,
al otro lado del aire.
Aunque ya no pueda olvidar mis sueños
y no pueda soportar el golpe
del viento en mi rostro,
debes saber que no desfallezco,
no tiro aún mi espada
y sigo aquí, sin rendirme,
al otro lado del tiempo.
Y aunque a veces, cansado,
no pueda girar la cabeza para mirarte,
y tu aroma me roce desde lejos
como una canción lejana,
y el murmullo me obligue
a esconderme en mi celda,
debes saber que conservo mis dientes,
que prometen, como jaras de primavera,
que la lucha no ha acabado,
que el mandoble no se quiebra,
que la púrpura es profunda,
que el clamor es sempiterno
y que no me he ido,
que sigo aquí,
apoyando mi mano,
tocando el blanco,
intentando adivinar dónde está tu cuerpo
al otro lado de la pared.
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