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viernes, 10 de abril de 2015

Lord of the Selfies 27/3/15: El reflejo palpebral


El REFLEJO PALPEBRAL

Como observado por una mosca, como si una pequeña y efímera bacteria, cuya vida no dura más de unos pocos minutos, fuera testigo de aquel hermoso instante, los parpados comenzaron a acercarse. Primero contactaron las pestañas, y se entrelazaron de una manera tan perfecta, como los dedos de dos personas que se aman, que era lógico pensar que aquel ojo no podría volver a abrirse. Una vez juntas, aquellas pestañas comenzaron a tirar de los párpados como si se tratase de barcos arribando a puerto; se acercaban, y la pupila se escondía ya en un dulce paréntesis de color azul claro.

Era maravilloso asistir a la creación de un gesto tan armónico, una escena tan sencillamente coordinada, un movimiento tan sutil y tan efectivo que sólo necesitaba producirse una vez, de manera que las veces sucesivas sólo serían pobres copias de ese momento único.

El color del iris ya no se apreciaba entre las pestañas entretejidas; esas pequeñísimas fibras musculares que se encargan de cerrar los ojos, una vez más, supieron lo que tenían que hacer: se estiraron con todas sus fuerzas, y aquella pupila que, estoy seguro, me estaba mirando, desapareció bajo un trozo de piel y una fina capa de maquillaje color café.

Tal como se había hecho, el movimiento comenzó a deshacerse. Todo sucedió al revés: primero las fibras musculares, las pestañas entretejidas, el paréntesis, los barcos que ahora sueltan amarras, y los párpados que empiezan a alejarse. Ahora todo había terminado antes de empezar, y probablemente ella misma ni siquiera había sido consciente de aquel longevo momento. El ojo volvía a estar abierto, el reflejo palpebral había hecho su efecto, y yo estaba perdido entre su boca y su cabello, en ese increíble lugar que ahora visito con frecuencia.

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