Bob Dylan ha sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura, un honor que muy pocos han podido disfrutar en su vida. Muchos escritores lo merecen, quizá muchos sueñen con tenerlo algún día, a muchísimos escritores de países remotos les ha dado la relevancia que merecían desde hacía ya tiempo. Pero a Bob Dylan este premio le importa un pimiento.
La academia que concede los premios ha intentado localizar al señor Robert Zimmerman, que así se llama, para comunicarle su premio, pero al parecer está ilocalizable. Después de 4 veces, lo han dado por imposible.
Uno puede pensar que los Premios Nobel no siempre se dan a las personas correctas, que a veces han estado viciados, o que a veces han respondido a causas más políticas que justas o verdaderas. A veces. Pero lo que es innegable es que los Premios Nobel han reunido a lo largo de sus poco más de cien años de historia a muchas de las mentes más brillantes de nuestra era, a los científicos más talentosos y que han cambiado más nuestra forma de entender y de actuar sobre el mundo, a literatos que han engrandecido la propia literatura con sus obras, a personas e instituciones que han conseguido con su lucha un mundo mejor y más justo (no todos, pero sin duda la inmensa mayoría).
A pesar de todo ello, uno puede pensar que un Premio Nobel no es un honor (solo se me ocurre el esnobismo como causa), o todo lo contrario, que uno no es digno de éste. Se puede declinar, como hizo Jean-Paul Sartre, alegando que era un premio burgués (un poco extasiado de sí mismo el señor Sartre, habida cuenta, como ya he dicho, del maravilloso elenco de premiados, de todas las categorías sociales, razas y de ambos sexos, es verdad que las mujeres, como siempre, infrarepresentadas, pero al fin y al cabo casi pioneros en el reconocimiento de la mujer en la ciencia). Puede ocurrir todo esto. Pero ni siquiera molestarse en cogerles el teléfono es una enorme falta de respeto y de educación. Es considerarse por encima de todos los demás premiados que se han sentido honrados de recibir y recoger el premio. Es no entender que el mundo va más allá del país y de la cultura de uno mismo.
Si, aunque yo y mucha gente lo considere un poeta, él mismo no se considera como tal, está en su derecho. Pero no cuesta nada coger el teléfono y, con educación y cordialidad, decir "muchísimas gracias, pero creo que no lo merezco, hay escritores mucho mejores que yo que aún no han sido premiados". No cuesta nada ser educado. Nada de nada.
En fin, cuando Dylan pasó de componer canciones sobre la guerra y la paz, verdaderos himnos de la generación hippie, a anunciar bancos, coches e incluso yogures, debimos asumir que algo extraño estaba pasando por su cabeza. Está en su derecho de anunciar lo que le venga en gana, pero ser un maleducado y creerse mejor que los demás no está nada bien. Muy mal señor Zimmerman, muy muy mal.
(Foto: BBC.com)
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